Voluntad pasiva

 

Recuerdo muy poco de las clases de música. Tengo la imagen del profesor marcando el ritmo en cuatro tiempos, haciendo una cruz en el aire con la mano y marcando cada extremo con un chasquido. Recuerdo repetir eso durante horas. Seguramente fueran segundos, quizá minutos, pero para mi fue tan intenso que hoy en día solo recuerdo hacer eso en las dos semanas que estuve yendo a clase.

 

 

La mejor forma de definir mi relación con la música es el título de una canción de Rosendo. La “voluntad pasiva” es lo que mueve a uno a soñar con ganarse el respeto del público mientras duerme la siesta a las siete de la tarde.

 

Cuando empecé en la música nadie me dijo que tuviera que estudiar o que, en caso de tener un talento natural a lo Paco de Lucía, necesitara perseverancia para llegar a algún sitio. La magia de la procrastinación hace que solo veas el final del camino sin pensar que cada paso que se da requiere grandes dosis de esfuerzo.

 

La mística de la música hace que cualquiera pueda definirse como músico sin necesidad de presentar un título o un documento que lo acredite. Decenas de programas de televisión han hecho fortuna de ello.

 

 

A mí me gusta pensar que yo también soy músico. Músico no practicante, pero músico, en definitiva. Si gente que pasa tres meses en una academia puede serlo, ¿por qué yo no? ¿Acaso no estuve horas marcando el ritmo cuando tenía diez años? ¿A partir de cuánto tiempo estudiando puede uno definirse como músico?

 

Años después estudié periodismo, otra profesión para la que no hace falta tener estudios.

 

 

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